23 de noviembre de 2006

ABRIR LOS OJOS


La madrugada del domingo, cuando tu y yo volvíamos a casa miramos al cielo para ver si, por casualidad, divisábamos algún meteoro . Nuestra búsqueda fue vana. La ciudad, ese monstruo de luces nocturnas humo y ruidos, no nos permite ver el cielo estrellado.

Hablamos entonces de otras noches en la oscuridad de los campos donde sí se hacía posible la promesa de la belleza que encierra un cielo cuajado de estrellas. Las vacaciones en Punta da Piedade (donde fuimos tan felices) y su cielo nocturno. Los cielos estrellados a las afueras de Venecia o las lunas de Agosto de Arroyomolinos.Nada de esto es hoy posible en este otoño extraño de esta Barcelona que muestra, en la oscuridad de su noche sin estrellas, sus entrañas de vieja y sabia prostituta a la espera.Y sin embargo, un poco antes de llegar a casa, volvimos a mirar. Por si acaso, y porque sabíamos que, tras todas aquellas capas de imposibilidad, recorrían el cielo ellas, las leónidas, fieles a su cita, imperturbables y eternas. Y por un momento las vimos en la luz de la noche, donde la vista ya no es necesaria.

Abre tus ojos, lechuza de Minerva, extiende tus alas y que tu luz nos guíe hacia la sabiduria y la sabiduria nos haga libres y la libertad nos haga felices.

17 de noviembre de 2006

SOLEDAD



La soledad es el latido intermitente del teléfono que nadie coje.

15 de noviembre de 2006

CONFIANZA

Juanjo vino ayer a mi casa porque va a sacar un nuevo disco y quería que arreglásemos algunas canciones. Me gusta su música y me gustan sus letras.
Aún no esta todo acabado y, seguramente, haya que retocar alguna letra más, pero ya suena como una obra completa. Yo no hago las letras, sólo corrijo la sintaxis y poco más, pero me gusta asistir a ese proceso de creación de una obra nueva y que lo comparta conmigo, pero sobre todo le agradezco que confíe en mí porque es lo mejor que, con los otros, te puede pasar.

14 de noviembre de 2006

DESPERTAR JUNTOS



Decía Ezra Pound que la mejor manera de distinguir un mal poema de uno bueno es esa hora borrosa que se situa justo tras la llamada del despertador y antes del desayuno. Momento en el que el sentimiento aún no se ha dejado sorprender y la prisa es todavía una amenaza lejana.
Estoy de acuerdo con él, pero sólo a medias. En mis sucesivas pruebas sólo he conseguido situar en el lado de los buenos poemas aquellos que ya me lo parecían la noche anterior y en el lado de los malos aquellos que ya había situado allí en lecturas anteriores a esa hora tan difusa.
Con todo entiendo el mensaje. Amaba la belleza y la ponía a prueba. O se ponía a prueba. Que hable hoy de Ezra es porque he vuelto a sus cantos después de todo este tiempo y me he encontrado, de nuevo, con su poesía que tanto he amado.
La aurora entra con sus pies diminutos
como una dorada Pavlova,
y yo estoy cerca de mi deseo.
Nada hay en la vida que sea mejor
que esta hora de limpia frescura,
la hora de despertarnos juntos.

13 de noviembre de 2006

LA ENCINA DE DODONA II

Hubo un tiempo, sin embargo, en el que el hombre conocía el lenguaje de los árboles. Sucedía probablemente en más sitios, pero a nosotros nos ha llegado la noticia de Dodona, centro oracular griego de El Epiro. Entre aquellas agrestes montañas, situada en un pequeño valle, una comunidad de sacerdotes interpretaba el enigma. Hoy, lejos de los grandes centros turísticos, Dodona es un lugar apacible que aún conserva un coqueto teatro y unas murallas imponentes que guardan la ciudadela. A sus pies aparecen esparcidos los restos del templo de Zeus.
Dodona era unos de los más antiguos centros oraculares griegos dedicado, desde la edad del bronce, a una divinidad prehelénica, asimilada después al dios del Olimpo.
Los selloi, sacerdotes intérpretes del dios, tenían un contacto íntimo con la naturaleza. Andaban descalzos, no se lavaban los pies y dormían sobre la tierra desnuda, cuyo contacto directo constituía una fuente de inspiración para los vaticinios.
El dios se manifestaba en la naturaleza y así los selloi o helloi interpretaban el murmullo de las hojas de una encina sagrada. Servían también las resonancias de un caldero de bronce cuando al soplar el viento era golpeado por el látigo de cuero empuñado por una estatuilla que representaba a un muchacho.
Pero aún había más modos de descifrar la voluntad divina. Los sacerdotes de Dodona interpretaban además el sonido de los astrágalos agitados por el viento sobre trípodes de bronce, o el murmullo de una fuente sagrada.
El santuario a pesar de su antigüedad gozó de poca notoriedad y ésta fue superada enseguida por los centros de Delos o Delfos. Todavía tuvo cierto resurgir hacia el s. –IV cuando Alejandro el Grande le otorgó ciertos beneficios. Fue, sin embargo, una gloria efímera, de tal manera que ningún historiador de la época, ni griego ni latino hará mención del oráculo. Sólo Prusianas en el s. –II aún lo recordará, pero para entonces en el antiguo centro ya solo pastaban las ovejas y el templo había sido incendiado.
Sin embargo, Dodona representa, como ningún otro sitio, el momento final en el que la unión del hombre y la naturaleza es aún palpable.
El sacerdote no solo interpreta el susurro de las hojas. Camina descalzo y duerme en el suelo porque él mismo es parte de la naturaleza que interpreta. Se entiende así su antigüedad y su decadencia. La tecné, la sofisticación, es la separación definitiva de la naturaleza y en esa contradicción es en donde Dodona sucumbe. Los holloi son los intérpretes de aquello que ya no todos entienden. Leen la naturaleza pero la interpretan, la escriben en cerámicas y en bronces. Nada puede explicar mejor ese momento trágico en el que el hombre, angustiado por un futuro que no entiende, requiere el conocimiento del intérprete. Ese momento terrible en el que todo se vuelve opaco y falto de entendimiento marca, como ningún otro, la separación del hombre y la naturaleza. Todavía existen iniciados, pero es cuestión de tiempo. Dodona sucumbe y surge Delfos, bonito camposanto de ofrendas y estatuas. Supermercado de la religión y centro turistico.
Entre el holloi dodónico y la pitia délfica hay todo un espacio de naturaleza perdida y muerta ya. La pitia aspira el humo sagrado y éste le muestra que el tiempo de los escrutadores de la naturaleza ya ha pasado. La Grecia délfica es, por tanto, modernidad y sofisticación y en este aspecto está ya más cerca del hombre del secreto que de los sacerdotes de Dodona. Las representaciones de uno y otro centro lo confirman. Mientras en Dodona cuerdas de cuero movidas por el viento provocan el sonido sobre calderos colgados de los árboles, en Delfos sólo la pitia reposa ya sobre un trípode. El resto de los calderos, que también los hubo, han sido sustituidos, gradualmente, por estatuas. Vanidad de la representación para agradar al dios alejados ya de ese lenguaje divino. El rico camposanto délfico será objeto de robos y saqueos sucesivos. Esa es la muestra evidente de que lo que allí se guarda posee un valor de cambio evidente, ese que otorga la tecné y que en lo sucesivo será lo que mueva el mundo. El mundo actual es poco más que la barroquización de la última sofisticación griega. La domesticación de la naturaleza da paso como es manifiestamente papable a la supresión y suplantación de esa naturaleza. Algo que hubiera sido grave a ojos de los humanos si no hubiese sucedido que, en esta historia de las suplantaciones, el hombre dimitiese de su labor como portador del significado del mundo.
Creo que no soy moderno.

12 de noviembre de 2006

Grândola Vila Morena

Vienen a mí estos días, será por el otoño, el recuerdo de aquellas tardes de hace más de veinte años en el Gran Café, el cine del día del espectador,las noches en la Madrila, las fiestas en mi casa, el chinchódromo de Tete, Clara y su vespa y otras muchas cosas que pertenecen a un tiempo que ya no está y que solo habita en los frágiles campos de nuestra memoria.
Junto a esos recuerdos ha venido, como un fantasma, el recuerdo de Mairixa.
Mairixia me enseñó una canción que casi había olvidado: Grandola Villa Morena, el tema de José Alfonso que se convirtió en contraseña para el inicio de la revolución de los claveles en Portugal. Mairixia y yo, y por descontado todos los demás, éramos muy chicos cuando aquella revolución. Pero recuerdo que el tema nos gustó y lo tocábamos juntos en mi casa de la calle Málaga en Cáceres. Aquella canción nos gustaba por muchos motivos, pero sobre todo porque nos demostraba que un mundo mejor era posible.
Un día Mairixia, la portuguesa, desapareció y no supimos nunca nada más de ella. Casi se llevó su canción. Pero esta mañana me he encontrado silbándola mientras me afeitaba. Poco a poco la letra ha ido manando a mi memoria como las flores a la primavera.
Ha sido un regalo en estos dias que discuto, con alguno de mis alumnos, acerca de las posibilidades de la revolución y me encuentro con mi falta de entusiasmo. En estos días de melancólicos recuerdos la memoria ha venido, de nuevo, a regalarme esa melodía de cuando aún creíamos Mairixia, Raúl, Clara, Pedro, Chiti, y todos los demás que la revolución, con claveles en la boca del cañón de los fusiles, aún era posible.