13 de noviembre de 2006

LA ENCINA DE DODONA II

Hubo un tiempo, sin embargo, en el que el hombre conocía el lenguaje de los árboles. Sucedía probablemente en más sitios, pero a nosotros nos ha llegado la noticia de Dodona, centro oracular griego de El Epiro. Entre aquellas agrestes montañas, situada en un pequeño valle, una comunidad de sacerdotes interpretaba el enigma. Hoy, lejos de los grandes centros turísticos, Dodona es un lugar apacible que aún conserva un coqueto teatro y unas murallas imponentes que guardan la ciudadela. A sus pies aparecen esparcidos los restos del templo de Zeus.
Dodona era unos de los más antiguos centros oraculares griegos dedicado, desde la edad del bronce, a una divinidad prehelénica, asimilada después al dios del Olimpo.
Los selloi, sacerdotes intérpretes del dios, tenían un contacto íntimo con la naturaleza. Andaban descalzos, no se lavaban los pies y dormían sobre la tierra desnuda, cuyo contacto directo constituía una fuente de inspiración para los vaticinios.
El dios se manifestaba en la naturaleza y así los selloi o helloi interpretaban el murmullo de las hojas de una encina sagrada. Servían también las resonancias de un caldero de bronce cuando al soplar el viento era golpeado por el látigo de cuero empuñado por una estatuilla que representaba a un muchacho.
Pero aún había más modos de descifrar la voluntad divina. Los sacerdotes de Dodona interpretaban además el sonido de los astrágalos agitados por el viento sobre trípodes de bronce, o el murmullo de una fuente sagrada.
El santuario a pesar de su antigüedad gozó de poca notoriedad y ésta fue superada enseguida por los centros de Delos o Delfos. Todavía tuvo cierto resurgir hacia el s. –IV cuando Alejandro el Grande le otorgó ciertos beneficios. Fue, sin embargo, una gloria efímera, de tal manera que ningún historiador de la época, ni griego ni latino hará mención del oráculo. Sólo Prusianas en el s. –II aún lo recordará, pero para entonces en el antiguo centro ya solo pastaban las ovejas y el templo había sido incendiado.
Sin embargo, Dodona representa, como ningún otro sitio, el momento final en el que la unión del hombre y la naturaleza es aún palpable.
El sacerdote no solo interpreta el susurro de las hojas. Camina descalzo y duerme en el suelo porque él mismo es parte de la naturaleza que interpreta. Se entiende así su antigüedad y su decadencia. La tecné, la sofisticación, es la separación definitiva de la naturaleza y en esa contradicción es en donde Dodona sucumbe. Los holloi son los intérpretes de aquello que ya no todos entienden. Leen la naturaleza pero la interpretan, la escriben en cerámicas y en bronces. Nada puede explicar mejor ese momento trágico en el que el hombre, angustiado por un futuro que no entiende, requiere el conocimiento del intérprete. Ese momento terrible en el que todo se vuelve opaco y falto de entendimiento marca, como ningún otro, la separación del hombre y la naturaleza. Todavía existen iniciados, pero es cuestión de tiempo. Dodona sucumbe y surge Delfos, bonito camposanto de ofrendas y estatuas. Supermercado de la religión y centro turistico.
Entre el holloi dodónico y la pitia délfica hay todo un espacio de naturaleza perdida y muerta ya. La pitia aspira el humo sagrado y éste le muestra que el tiempo de los escrutadores de la naturaleza ya ha pasado. La Grecia délfica es, por tanto, modernidad y sofisticación y en este aspecto está ya más cerca del hombre del secreto que de los sacerdotes de Dodona. Las representaciones de uno y otro centro lo confirman. Mientras en Dodona cuerdas de cuero movidas por el viento provocan el sonido sobre calderos colgados de los árboles, en Delfos sólo la pitia reposa ya sobre un trípode. El resto de los calderos, que también los hubo, han sido sustituidos, gradualmente, por estatuas. Vanidad de la representación para agradar al dios alejados ya de ese lenguaje divino. El rico camposanto délfico será objeto de robos y saqueos sucesivos. Esa es la muestra evidente de que lo que allí se guarda posee un valor de cambio evidente, ese que otorga la tecné y que en lo sucesivo será lo que mueva el mundo. El mundo actual es poco más que la barroquización de la última sofisticación griega. La domesticación de la naturaleza da paso como es manifiestamente papable a la supresión y suplantación de esa naturaleza. Algo que hubiera sido grave a ojos de los humanos si no hubiese sucedido que, en esta historia de las suplantaciones, el hombre dimitiese de su labor como portador del significado del mundo.
Creo que no soy moderno.