11 de diciembre de 2006

LA IRONIA

Procuro que mis alunmos cultiven la ironía, me parece una forma elevada de divertir o molestar, según se mire.Pero no son estos buenos tiempos para la lírica, ya lo advirtió Coppini-Cardalda. El mundo en qué vivimos no alienta la inteligencia y, por tanto, se desentiende de sus manifestaciones. Sólo que atendiendo ayer las noticias me enteré, como todos, que el dictador Pinochet había muerto (en la cama) de un ataque.... cardiaco.
Siempre que muere un dictador somos más libres y siempre que se les denuncia, los hombres de las sociedades libres, hacen más grande la democracia.
Nos hubiera gustado verlo, a Carmen y a mí, en la cárcel, pero ya no será posible.
Sin embargo, mirando más noticias, ayer, felizmente, era,además de la fecha del óbito del impresentable, el Día de los Derechos Humanos.
Sonreí al enterarme. Debe ser toda una faena, con todos los días que hay para morirse, hacerlo el día de los derechos humanos, él que los pisoteó con muerte y torturas.
Lo dicho, me gusta la ironía e intento cultivarla.
Estos dias estamos de fiesta.

10 de diciembre de 2006

AUTOSUFICIENTE


Ha comprado un libro de física cuántica para aprender a sumar.

Ha dejado a su chica porque no soporta que se haya enamorado.

Considera que todo en la vida es relativo menos lo que él sabe.

Ha roto una bombilla y ha dejado el cristal intacto.

No pide consejo porque no lo necesita.

Podría levantarte la novia si quisiera pero no quiere.

Desprecia a la gente que llora.

Desprecia a la gente que no llora.

Se peta de risa leyendo lo que escribo.

Dice que espabile que soy un pardillo.
No teme la muerte porque no ama la vida.


4 de diciembre de 2006

Estos exámenes me están matando. Cuando corrijo no puedo escribir porque corregir no me gusta y paso más tiempo ocupado en buscar el momento para corregir que corrigiendo. En fin, que pase pronto.

23 de noviembre de 2006

ABRIR LOS OJOS


La madrugada del domingo, cuando tu y yo volvíamos a casa miramos al cielo para ver si, por casualidad, divisábamos algún meteoro . Nuestra búsqueda fue vana. La ciudad, ese monstruo de luces nocturnas humo y ruidos, no nos permite ver el cielo estrellado.

Hablamos entonces de otras noches en la oscuridad de los campos donde sí se hacía posible la promesa de la belleza que encierra un cielo cuajado de estrellas. Las vacaciones en Punta da Piedade (donde fuimos tan felices) y su cielo nocturno. Los cielos estrellados a las afueras de Venecia o las lunas de Agosto de Arroyomolinos.Nada de esto es hoy posible en este otoño extraño de esta Barcelona que muestra, en la oscuridad de su noche sin estrellas, sus entrañas de vieja y sabia prostituta a la espera.Y sin embargo, un poco antes de llegar a casa, volvimos a mirar. Por si acaso, y porque sabíamos que, tras todas aquellas capas de imposibilidad, recorrían el cielo ellas, las leónidas, fieles a su cita, imperturbables y eternas. Y por un momento las vimos en la luz de la noche, donde la vista ya no es necesaria.

Abre tus ojos, lechuza de Minerva, extiende tus alas y que tu luz nos guíe hacia la sabiduria y la sabiduria nos haga libres y la libertad nos haga felices.

17 de noviembre de 2006

SOLEDAD



La soledad es el latido intermitente del teléfono que nadie coje.

15 de noviembre de 2006

CONFIANZA

Juanjo vino ayer a mi casa porque va a sacar un nuevo disco y quería que arreglásemos algunas canciones. Me gusta su música y me gustan sus letras.
Aún no esta todo acabado y, seguramente, haya que retocar alguna letra más, pero ya suena como una obra completa. Yo no hago las letras, sólo corrijo la sintaxis y poco más, pero me gusta asistir a ese proceso de creación de una obra nueva y que lo comparta conmigo, pero sobre todo le agradezco que confíe en mí porque es lo mejor que, con los otros, te puede pasar.

14 de noviembre de 2006

DESPERTAR JUNTOS



Decía Ezra Pound que la mejor manera de distinguir un mal poema de uno bueno es esa hora borrosa que se situa justo tras la llamada del despertador y antes del desayuno. Momento en el que el sentimiento aún no se ha dejado sorprender y la prisa es todavía una amenaza lejana.
Estoy de acuerdo con él, pero sólo a medias. En mis sucesivas pruebas sólo he conseguido situar en el lado de los buenos poemas aquellos que ya me lo parecían la noche anterior y en el lado de los malos aquellos que ya había situado allí en lecturas anteriores a esa hora tan difusa.
Con todo entiendo el mensaje. Amaba la belleza y la ponía a prueba. O se ponía a prueba. Que hable hoy de Ezra es porque he vuelto a sus cantos después de todo este tiempo y me he encontrado, de nuevo, con su poesía que tanto he amado.
La aurora entra con sus pies diminutos
como una dorada Pavlova,
y yo estoy cerca de mi deseo.
Nada hay en la vida que sea mejor
que esta hora de limpia frescura,
la hora de despertarnos juntos.

13 de noviembre de 2006

LA ENCINA DE DODONA II

Hubo un tiempo, sin embargo, en el que el hombre conocía el lenguaje de los árboles. Sucedía probablemente en más sitios, pero a nosotros nos ha llegado la noticia de Dodona, centro oracular griego de El Epiro. Entre aquellas agrestes montañas, situada en un pequeño valle, una comunidad de sacerdotes interpretaba el enigma. Hoy, lejos de los grandes centros turísticos, Dodona es un lugar apacible que aún conserva un coqueto teatro y unas murallas imponentes que guardan la ciudadela. A sus pies aparecen esparcidos los restos del templo de Zeus.
Dodona era unos de los más antiguos centros oraculares griegos dedicado, desde la edad del bronce, a una divinidad prehelénica, asimilada después al dios del Olimpo.
Los selloi, sacerdotes intérpretes del dios, tenían un contacto íntimo con la naturaleza. Andaban descalzos, no se lavaban los pies y dormían sobre la tierra desnuda, cuyo contacto directo constituía una fuente de inspiración para los vaticinios.
El dios se manifestaba en la naturaleza y así los selloi o helloi interpretaban el murmullo de las hojas de una encina sagrada. Servían también las resonancias de un caldero de bronce cuando al soplar el viento era golpeado por el látigo de cuero empuñado por una estatuilla que representaba a un muchacho.
Pero aún había más modos de descifrar la voluntad divina. Los sacerdotes de Dodona interpretaban además el sonido de los astrágalos agitados por el viento sobre trípodes de bronce, o el murmullo de una fuente sagrada.
El santuario a pesar de su antigüedad gozó de poca notoriedad y ésta fue superada enseguida por los centros de Delos o Delfos. Todavía tuvo cierto resurgir hacia el s. –IV cuando Alejandro el Grande le otorgó ciertos beneficios. Fue, sin embargo, una gloria efímera, de tal manera que ningún historiador de la época, ni griego ni latino hará mención del oráculo. Sólo Prusianas en el s. –II aún lo recordará, pero para entonces en el antiguo centro ya solo pastaban las ovejas y el templo había sido incendiado.
Sin embargo, Dodona representa, como ningún otro sitio, el momento final en el que la unión del hombre y la naturaleza es aún palpable.
El sacerdote no solo interpreta el susurro de las hojas. Camina descalzo y duerme en el suelo porque él mismo es parte de la naturaleza que interpreta. Se entiende así su antigüedad y su decadencia. La tecné, la sofisticación, es la separación definitiva de la naturaleza y en esa contradicción es en donde Dodona sucumbe. Los holloi son los intérpretes de aquello que ya no todos entienden. Leen la naturaleza pero la interpretan, la escriben en cerámicas y en bronces. Nada puede explicar mejor ese momento trágico en el que el hombre, angustiado por un futuro que no entiende, requiere el conocimiento del intérprete. Ese momento terrible en el que todo se vuelve opaco y falto de entendimiento marca, como ningún otro, la separación del hombre y la naturaleza. Todavía existen iniciados, pero es cuestión de tiempo. Dodona sucumbe y surge Delfos, bonito camposanto de ofrendas y estatuas. Supermercado de la religión y centro turistico.
Entre el holloi dodónico y la pitia délfica hay todo un espacio de naturaleza perdida y muerta ya. La pitia aspira el humo sagrado y éste le muestra que el tiempo de los escrutadores de la naturaleza ya ha pasado. La Grecia délfica es, por tanto, modernidad y sofisticación y en este aspecto está ya más cerca del hombre del secreto que de los sacerdotes de Dodona. Las representaciones de uno y otro centro lo confirman. Mientras en Dodona cuerdas de cuero movidas por el viento provocan el sonido sobre calderos colgados de los árboles, en Delfos sólo la pitia reposa ya sobre un trípode. El resto de los calderos, que también los hubo, han sido sustituidos, gradualmente, por estatuas. Vanidad de la representación para agradar al dios alejados ya de ese lenguaje divino. El rico camposanto délfico será objeto de robos y saqueos sucesivos. Esa es la muestra evidente de que lo que allí se guarda posee un valor de cambio evidente, ese que otorga la tecné y que en lo sucesivo será lo que mueva el mundo. El mundo actual es poco más que la barroquización de la última sofisticación griega. La domesticación de la naturaleza da paso como es manifiestamente papable a la supresión y suplantación de esa naturaleza. Algo que hubiera sido grave a ojos de los humanos si no hubiese sucedido que, en esta historia de las suplantaciones, el hombre dimitiese de su labor como portador del significado del mundo.
Creo que no soy moderno.

12 de noviembre de 2006

Grândola Vila Morena

Vienen a mí estos días, será por el otoño, el recuerdo de aquellas tardes de hace más de veinte años en el Gran Café, el cine del día del espectador,las noches en la Madrila, las fiestas en mi casa, el chinchódromo de Tete, Clara y su vespa y otras muchas cosas que pertenecen a un tiempo que ya no está y que solo habita en los frágiles campos de nuestra memoria.
Junto a esos recuerdos ha venido, como un fantasma, el recuerdo de Mairixa.
Mairixia me enseñó una canción que casi había olvidado: Grandola Villa Morena, el tema de José Alfonso que se convirtió en contraseña para el inicio de la revolución de los claveles en Portugal. Mairixia y yo, y por descontado todos los demás, éramos muy chicos cuando aquella revolución. Pero recuerdo que el tema nos gustó y lo tocábamos juntos en mi casa de la calle Málaga en Cáceres. Aquella canción nos gustaba por muchos motivos, pero sobre todo porque nos demostraba que un mundo mejor era posible.
Un día Mairixia, la portuguesa, desapareció y no supimos nunca nada más de ella. Casi se llevó su canción. Pero esta mañana me he encontrado silbándola mientras me afeitaba. Poco a poco la letra ha ido manando a mi memoria como las flores a la primavera.
Ha sido un regalo en estos dias que discuto, con alguno de mis alumnos, acerca de las posibilidades de la revolución y me encuentro con mi falta de entusiasmo. En estos días de melancólicos recuerdos la memoria ha venido, de nuevo, a regalarme esa melodía de cuando aún creíamos Mairixia, Raúl, Clara, Pedro, Chiti, y todos los demás que la revolución, con claveles en la boca del cañón de los fusiles, aún era posible.

26 de octubre de 2006


El otoño en Santa Fe del Montseny luce así de esplendoroso y como esta es una estación que me gusta mucho pues eso, cuelgo esta foto que corresponde al año pasado.

24 de octubre de 2006

SER UNO MISMO

Vivimos con el temor constante a no ser comprendidos y acabamos actuando como los otros esperan que lo hagamos.
Es una imposición social, podemos argumentar en nuestro favor.
Todos necesitamos a los otros.
Lo que pasa es que, de esta manera, olvidamos vivir como queremos.
Cuando esto sucede empezamos a hacernos viejos.

19 de octubre de 2006

LA ENCINA DE DODONA


Un hombre poseía un terrible secreto. Desde hacía años lo guardaba celosamente y siempre había cuidado no decir palabra alguna sobre ello. Cuando el deseo de compartirlo le asaltaba se lo repetía a sí mismo como una letanía. Con los años, el deseo de comunicar aquel conocimiento terrible crecía y crecía como una enorme bola de nieve. Cada noche el hombre se repetía a sí mismo aquello que no podía contarse.
Un día, en el que todo había ido francamente mal supo que si no contaba aquello que le quemaba como un fuego enloquecedor, moriría de desesperación.
Despertó sobresaltado de madrugada. Su mujer dormía, placida y confiada, a su lado. Se levantó sin hacer ruido, se vistió y salió de casa. Mientras cruzaba la calle camino del parque el viento ya frío del otoño viejo le azotó la cara y a su paso hojas, en apariencia muertas, susurraban y se elevaban animadas por el aire describiendo círculos imperfectos. Entró en el parque y oteó la oscuridad del horizonte rota por frágiles luces lejanas. A su alrededor se desparramaban ya árboles desnudos cuyas quebradizas ramas, coronadas hasta hacía bien poco de hojas, tiritaban expuestas al frío de la noche.
Un poco más allá, aparecían figuras de pinos y abetos. El hombre pareció dudar en la ya semioscuridad de sus acostumbrados ojos. Pero en medio de unos matorrales y flores expuestas geométricamente divisó un árbol enorme de ramas tortuosas y amplio tronco y que aún conservaba todas sus hojas. Casi hipnotizado por aquella grandeza, el hombre se acercó, saltó un pequeño arriate y enseguida quedó cobijado por su formidable copa de ramas casi horizontales.
Sus ojos, completamente acostumbrados a la oscuridad, comenzaban a divisar con claridad el mapa de su corteza, su rugosidad y sus accidentes. Se ayudó con las manos para escrutar su geografía. A la altura de su pecho sus manos palparon una oquedad. Un sentimiento de cautela le hizo retirar instintivamente los dedos. Su corazón se aceleró y ambas manos subieron de nuevo para buscar la herida del tronco viejo. Localizada de nuevo el hombre acercó su boca. La hendidura oscura y misteriosa no le devolvió el aliento. Dedujo así que el agujero era lo suficientemente profundo como para albergar aquello tan grande que su corazón había portado durante tanto tiempo.
Tragó saliva y sus labios se acercaron al orificio como quien se acerca a besar unos labios. Una a una, las palabras secretas fueron cayendo como cuentas de un rosario sobre la hendidura del árbol. Era un leve susurro, un siseo temeroso y entrecortado al principio. Por fin, tras la última palabra el hombre jadeó y se pasó la mano por la frente como buscando recoger el sudor de horas de trabajo. Dio media vuelta y pegó su espalda al árbol durante un rato. Unas lágrimas asomaron a sus ojos y, sentado sobre la tierra húmeda y aún recostado sobre el árbol, permaneció así todavía un nstante más. Luego se levanto y sus labios dibujaron una mueca que tras unos momentos se convirtió en una sonrisa.
Se alejó sin prisa. Su respiración se normalizó y comenzó a sentirse francamente bien.
Satisfecho como estaba no advirtió el crepitar inquietante de las hojas ni el tiritar insistente de las ramas desnudas. El viento se despertó y toda la naturaleza vegetal circundante repetía ya, en un lenguaje indescifrable, el terrible secreto confiado a la encina y que el hombre, camino de su casa, no entendía.
En casa, su mujer se había levantado, había hecho café y esperaba silenciosa. El sonrió y ella le cogió la mano.
El resto no puede ser probado, pero los árboles de ese parque, ayudados por el viento, esparcieron el secreto que ahora les pertenecía por todo el mundo. Desde los plátanos y pinos mediterráneos a los húmedos bosques centroeuropeos, desde la soledad fría de los bosques boreales a la ruidosa selva centroamericana. Desde los matojos de los desiertos africanos a las solitarias acacias de la sabana. Todo el mundo vegetal repetía, animado por el viento, las palabras que no podían ser dichas. El secreto que un día un hombre desesperado había confiado, sin saberlo, al árbol de los secretos.

2 de abril de 2006

Esta semana ha ocurrido un hecho extraño. Un alumno de unos quince años me confesaba, llorando, que se había enamorado de una niña francesa que nos había visitado en un intercambio y con la que había coincidido ¡¡sólo dos horas!! y que, a lo peor, no vería nunca más. Ah!... el amor tiene estas cosas y, a veces, al resto de nosotros, se nos olvida.

Podría ser todo mentira. Me hago cargo. Pero me quedo con el gesto. Las palabras, los hechos y las maneras tienen una importancia que con frecuencia desmerecemos sólo porque el uso las desvirtúa. Hasta que llega ese momento en el que un niño, que ya no lo es porque se ha enamorado, llora. Entonces todo vuelve a su sitio y uno reconoce que, quizá andando el tiempo, las cosas no sean tan diferentes.

4 de febrero de 2006

Medio mundo arde en llamas de ira porque se sienten ofendidos en sus creencias, pero tu y yo, que no tenemos dios, los miramos en los periódicos, incrédulos y asustados, porque nos da miedo que alguien, que no conocemos, atente contra nuestro cielo. Ese al que nosotros llamamos vida.